jueves, 31 de julio de 2008

Julio


19 Julio 2008
PEGUERINOS
Vallenmedio
Pinar de pino silvestre sobre granitos
21:00h 21ºC

Pese a que hoy el calor aprieta y amenaza con tormenta, este verano esta siendo benigno con suaves temperaturas y espaciadas precipitaciones con lo que el sofocante mes de julio, esta dando una tregua.
En el claro donde pastan las vacas en los llamados “agostaderos” donde se mantiene todavía verde la hierba, crece la hierba de Santiago y los cardos, entre el vuelo de los pinzones que anda de acá para allá.
El arroyo de Vallenmedio corre con agua a estas alturas del estío y a medida que vamos ascendiendo por el sendero corre paralelo al camino, con un soto cargado de pinos albares (Pinus sylvestris) donde revolotean ruidosos los herrerillos capuchinos, los trepadores azules o algún agateador común o el ruidoso arrendado que alza el vuelo alertado por nuestra presencia con sus característico graznido.
Un zorro cruza vertiginoso el camino, se para ha echarnos un último vistazo, antes de perderse entre la fronda de escobas en flor. Anda ya en busca de alimento para la pareja de zorréenos que corretean ya por los alrededores del cubil, no muy lejano.
El soto se tapiza de helechos de verde intenso y algún brezo florecido o algún escaramujo de flores rosadas, alzan la cabeza del tapiz esmeralda.
El camino desemboca en el refugio del Vallenmedio, como casi todos los refugios del pinar, se encuentra caído, con la techumbre y las ventanas caídas y a menudo cubiertos de suciedad y escombros.
Un par de verderones juegan a la puerta y en lo alto de su nido, la ardilla, barrunta la tormenta.
El camino que asciende poco a poco se va convirtiendo en trocha, entre los brezos y las estepas en flor.
La explosión de color se extiende a los jaguarzos, las santoninas, las zarzamoras,… en las laderas aclaradas crece la alfombra tupida de las gayubas donde sus frutos, todavía verdes esperan a madurar.
En la línea de la cumbre, los pinos se achaparran y toman sinuosas formas o muertos, quedan como blanquecinos esqueletos, sepultados entre las rocas. Rocas redondeadas, dolomíticas, de color gris plomo, que parecen una prolongación de la tormenta. Las piaras de jabalíes recorren con frecuencia estos pagos donde abundan los restos de sus nocturnas incursiones.
Desde las alturas un par de cuervos, alzan el vuelo y el viento trae el eco lejano de los amores del príncipe del bosque, el corzo, un par de ladridos que se repiten en el tiempo.

El viento sacude con violencia los berceos de las rocas, el aire trae olores a pedernal y tierra mojada. El trueno, retumba entre los peñascos, otro relámpago flashea enredador dando el aspecto de un teatral escenario.
Una oscura cortina de agua oculta la ladera tapizada de escobones cuajados de flores amarillas.
Los grandes goterones, forman pequeños cráteres en el polvo del camino. En breve el chubasco es intenso, el agua corre por la ladera entre la pinocha, enturbiando el arroyo.
No dura mucho el aguacero, el aire límpido adquiere gran sonoridad, el frescor eriza el vello de los brazos y en el suelo quedan los pétalos de estepas y escaramujos, arrancados por la fuerza del agua. Columnas de vapor se elevan como fantasmas del asfalto recalentado de la tarde. Se oyen cada vez más lejanos, los tambores de la tormenta, y el ronco canto de amor del joven corzo, vuelve a llenar la azulada oscuridad del crepúsculo.

No hay comentarios: