lunes, 20 de octubre de 2008

septiembre


La Hoya
15 de Septiembre 2008
Huertas, dehesas y eriales.
Esquistos con afloramientos calizos.

No salimos pronto, esta cayendo ya la tarde y comienza a refrescar. Entre las paredes que bordean la chorrera donde crecieron antaño los álamos, lucen esplendorosos los frutos tardíos del huerto, colorean los tomates en las matas y se secan los vástagos de las patatas, los porrotes de las cebollas y ha tiempo que se secaron y desgranaron las judías. Atento en la rama seca de aquel que antaño fuera álamo, nos observa un jilguero. Emprendemos el camino por la ladera pedregosa, que nos conduce a las antiguas eras. Una finca adehesada, donde crece el fresno y la encina, se seca ya segada al relente de la tarde. Un par de rabilargos corretean entre sus ramas. Junto a la tapia crece el majuelo y el endrino, cargados ya de frutos que aprovechan las aves y el ratón de campo, que tiene su nido en lo profundo del muro de rocas.
La tapia sirve de muestrario rocoso, de granitos rosas, de gneis glandulares u porfídicos, de esquistos y pizarras e incluso de algún cuarzo o caliza. La variedad geológica es amplia en estos pagos.
El suelo reseco y quebradizo, esta colmatado de pequeños agujeritos de nuestra tarántula hispánica, la araña lobo, escondida en lo profundo de su madriguera espera al incauto, haciendo refulgir sus ojos, en la negrura.
Pese al relente que ahora se siente en el cuerpo, ahora que el sol se esta apagando sobre el horizonte, al mediodía correteaban las mariposas y los saltamontes, quizás en una desenfrenada actividad, una última oportunidad ahora que la mayoría de las aves, emigraron a climas más favorables. Dejaron solo al milano real que se enseñorea subiendo por las laderas del Aceña. El trajín de las esquilas de las cabras serranas, se va apaciguando poco a poco, al entrar en el redil, allá serán ordeñadas con paciencia para obtener su estimada leche.
Cuando los tejados comienzan a perfilarse oscuros sobre el cielo malva, los últimos estorninos buscan refugio bajo las tejas, o entre los caserones derruidos donde crece el saúco cargado de negros frutos. De las calles ya se fueron las golondrinas y los aviones y los ruidosos vencejos, ya dejaron la espesura de la noche al zorro, que en lo profundo del zarzal, da buena cuenta de las moras, mientras, el pequeño mochuelo, encaramado en lo alto, lanza su lúgubre canto.

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