lunes, 23 de julio de 2012

Ruta de senderismo guiada



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viernes, 20 de julio de 2012

Las ninfas del bosque












Con la llegada del calor, los campos se llenan de flores, las praderas se agostan y miles de mariposas alegran las mañanas soleadas. Son estas ninfas del bosque, las  mariposas, uno de los seres vivos que sufren una de las transformaciones más asombrosas de la naturaleza.
Las orugas nacidas de los huevos que se pusieron  en el envés de las hojas o sobre las plantas nutricias especificas de cada especie, se alimentan de ellas hasta llegar a su total desarrollo, es entonces, cuando elaboran una especie de estuche o crisálida, donde sufren la transformación.
Lo que hace apenas unos días era una oruga de pelos urticantes, sale transformada en una mariposa de increíbles colores, que a menudo tiene una vida efímera, lo suficiente para aparearse y poner los huevos o por el contrario, hiberna en fase de adulto, para procrear, al año siguiente.
Es el caso del pavón diurno o pavo real (Inachis io), la primera generación que vuela en primavera, son ejemplares invernantes, que pasaron el invierno escondidos entre las ramas secas o en el hueco de algunas piedras. El pavón, cuando cierra sus alas, estas tienen un aspecto parduzco, que se confunde fácilmente con las cortezas o las paredes de las rocas. Si se ve acosado por un depredador, abre sus alas y muestra el anverso de un rojo intenso y dos grandes ocelos azules, que simulan dos grandes ojos, que  intimidan al posible depredador. Durante la primavera, sus huevos eclosionarán y darán como resultado una generación que volará durante el verano y principios del otoño.
Lo más característico de los lepidópteros, son su gran variedad de colores y diseños. Estos colores se deben a una serie de escamas que tapizan sus alas. Cuando la luz incide sobre estas, reflejan la luz emitiendo longitudes de onda que nosotros vemos como colores, incluso con reflejos metálicos. Estos colores sirven en su mayoría para atraer a  miembros del otro sexo, para procrear lo antes posible, en tan corta vida.
Muchas de ellas, disponen de una especie de trompa enrollable, espiritrompa, gracias a la cual se alimentan principalmente de polen y néctar, pero también liban excrementos, fruta podrida u orina de otros animales. Sin embargo en aquellas especies de corta vida, el imago no necesita alimentarse por los cual, carece de ella.
Algunas son especialistas en tóxicos, alimentándose de plantas venenosas, que solo ellas son capaces de neutralizar, como el Cinabrio (Tyria jacobaeae) cuya oruga, de un bonito color amarillo con franjas negras, se alimenta de la hierba de Santiago. Tras su metamorfosis se convierte en una mariposa de color gris azulado y rojo.
Al caer la noche las ninfas del bosque, no desaparecen, solo son sustituidas por las mariposas nocturnas o polillas. Estas son muy fáciles de reconocer, pues en sus antenas presentan unas pilosidades en los extremos, que les sirven guiarse en la oscuridad y su cuerpo posee una gran pilosidad. Generalmente, no son tan vistosas como las diurnas pero como en todo, también hay excepciones. Una de estas excepciones es la Isabelina (Graellsia Isabelae), de un bello color verde, surcado por venas de color marrón rojizo. Pasa el invierno en forma de crisálida entre la hojarasca del pinar, para emerger en forma de imago o adulto entre mayo y junio. Durante la noche busca pareja y depositará los huevos entre las acículas de los pinos de los cuales se nutre. Durante el verano la oruga sufre diversas mudas con las que también cambia de coloración, de negra a verde moteada de blanco, pasando por tonos marrón grisáceo. Con la llegada del frío, descenderá de los pinos, para crisálidar entre la pinocha y el musgo del pinar.
Pavón diurno (Inachis io)

Isabelina (Graellsia Isabelae)

Chupaleche (Iphiclides podalirius)

Machaón (Papilio machaon)

Perlada rojiza (Clossiana euphrosyne)

Vanesa de los cardos (Cynthia cardui )

Pandora (Pandoriana pandora)

Lobito agrestre (Pyronia  tithonus)

Cinabrio (Tyria jacobaeae)
Apolo (Parnassius apollo)

martes, 10 de julio de 2012

Placeres de verano


8 de Julio 2012
La Estación (Santa María de la Alameda)















Para disfrutar el verano, cuando el sol golpea con fuerza, hay pocas cosas más agradables que un suave paseo por la vega del río. Un paseo entre las copas fragantes de los pinos negrales, resinosos, rezumantes, que salpican el camino con sus pequeños piñones alados. Compiten en fragancia con las jaras, que brillan bajo el sol por sus exudaciones de ládano, son el preludio aromático interrumpido con el juego de sombras que dibujan sus copas en el suelo, quizás el vuelo estrepitoso de una torcaz o el más estruendoso del rabilargo, nos rompan este estado de ensoñación.

No tardamos en acompañar el sonido relajante del agua oscura, que se desliza entre las rocas redondeadas, blancas, curtidas por el sol, allá donde el abrazo de la floresta no lo ahoga en un verde abrazo de bardagueras, fresnos, chopos, de donde apenas si se escapa el suspiro melodioso del ruiseñor o la flecha amarilla de la afanosa oropéndola.

Sabremos encontrar entre nuestros pasos, las ruinas evocadoras de olvidados ingenios de madera, relegados a zarzas y ortigas, donde anida el estornino o merodea la garduña en las noches más oscuras, como oscuras son algunas de las leyendas que atesoran estas piedras.

Solearse en una pradera de cervuno, mullida, como una alfombra persa, es un lujo al alcance de muy pocos, refrescando los pies en la corriente cristalina. Los cardúmenes de pequeños peces, recorren del charco de acá para allá en frenética carrera. Con calma pronto descubriremos los alevines de la trucha arcoíris, tan característicos por, como pequeños dálmatas, tener el cuerpo salpicado de pequeñas motitas negras.

Canta a coro las jóvenes ranas comunes, escondidas entre las pamplinas de las orillas, una melodía en crescendo

El cielo azul intenso del verano, arrastra tras de sí el vuelo majestuoso de una pareja de buitres negros, que se dejan deslizar sin esfuerzo, hasta perderse en los confines de la vista.

Regresamos, poco a poco, sin esfuerzos, a la pineda sombría, alejada del agua, salpicada de carrascas y mejoranas, donde los jóvenes lagartos ocelados, corren alocados, a esconderse desde su soleado puesto, sin adornarse si quiera un poco, para lucir tan espléndida librea. El Sol se encarama a su cenit, y nosotros ya nos sombreamos en las primeras calles del pueblo.

-¿Un vinito?

-Porque, no.

Baldíos cubierto de enebros y escaramujos

Muérdago del enebro
(Arceuthobium oxycedri)

Flor del Cardillo
(Cynara cardunculus)

Bosque de Galería

Pandora
(Pandoriana pandora)

Brote de bardaguera
(Salix atrocinerea)

Pote resinando

Tenada de ovejas

Interior de la tenada

lunes, 2 de julio de 2012

Si no puedes con tu enemigo, únete a él.



La senda de las pedanías (Variante)












Para inaugurar el verano, no faltó el calor en la Ruta de las Pedanías. Tras recorrer el breve trecho que separa Santa María de Navalespino, comenzamos una suave subida a las cumbres alomadas cubiertas de piornos e hiniestas florecidas. Ya las primeras collalbas grises hacían de las suyas de acá para allá.

En el laderón de la Aldea, encontramos resto de metralla que nos sirvió de pie para hablar de la Guerra Civil y de los numerosos restos que podemos encontrar en la zona.

Disfrutamos en Las Herreras, de un clásico desayuno campero, retomar fuerzas y emprender el descenso siguiendo el curso del río bajo la atenta mirada de un milano real.

El sol apretaba con fuerza y recibir la sombra de los sotos del Cofio y el aroma del heno recién segado fue un verdadero placer.

Las ruinas del Molino del Tío Madejas nos adentraron en el oficio del molinero y las anécdotas curiosas que encierran estos muros.

Los estruendosos rabilargos rompían en bucólico caminar a la orilla del río o las veloces piruetas de golondrinas y vencejos que evolucionaban bajo los arcos de puente Recondo, de más de cincuenta metros de altura.

Lo extremado de las temperaturas, requería una variante algo más corta y sobre todo, menos expuesta al sol de las horas centrales del día.

Un descanso en una de las terrazas del Pimpollar, para continuar entre el olor balsámico del ládano de las jaras y la resina del pino negral.

Nos adentramos en las faldas cubiertas de enebros de la miera, pies aislados de encina o matas floridas de mejorana donde corretea al conejo y altanean los busardos. El calor cae de plomo y las vacas en sus majadas sestean estoicas entre las moscas, solo las jóvenes lagartijas colilargas, parecen agradecer lo elevado de las temperaturas, soleándose en cualquier claro del camino o roca bien expuesta.

Retomamos de nuevo la compañía de los pinos, para bordear entre sombras y claros las faldas de la montaña, para ascender por el vallejo de la Alameda, por un sendero de suave pendiente que ofrece un bella vista sobre el arroyo.

Poco nos queda ya, salvo disfrutar del verde oscuro que han adquirido los robles melojos de los prados de los Corrales y las imponentes vistas que se abren ante nuestros ojos, como señores de las cumbres.




 

Iglesia, Santa María de la Alameda
Casa con jardín, Santa María de la Alameda

Pinar negral con jaras florecidas

Molino nuevo, o del tío Madejas

Estrias de la pierdra de moler solera
Vaca avileña ibérica negra

Pequeño puentecillo sobre la regadera

Puente Recondo

Prado de siega


La senda de las pedanías, el camino de los oficios olvidados



Recorrido por los pueblos de la comarca.
Santa María de la Alameda, Navalespino, Las Herreras, El Pimpollar, La Estación, La Paradilla, La Hoya, La Cereda y Robledondo.
Cuaderno de la Ruta disponible en PDF

















             
                   Calle Regiones, Santa María

De amanecida, emprendimos la ascensión a los altos de Navalespino, entre los piornos que ceden la floración a las más altas hiniestas y las puestas de los saltamontes, que a modo de escupitajos, afloraban entre sus ramas. Un zorro trasnochador vuelve a casa, por suerte para el conejo que se despereza en la trinchera. Pronto descendemos ladera a bajo y en compañía de un bosquete de melojos ponernos a la vera del arroyo y encaramarnos a Las Herreras.

Aprovechando todavía la fresca, apretamos el paso buscando los bosquetes del Cofio, más allá de donde se une el Valtravieso con el Arroyo de las Herreras. Suave descenso entre los viejos molinos arrumbados que nos encamina a pasar por debajo del Puente Recondo y depositarnos en El Pimpollar.

Ya el sol se ha hecho dueño y avanzamos junto a la carretera por los viejos restos de la calera, para hacer un descanso en La Estación, y nunca mejor dicho a la verita misma del edificio de finales del XIX.

Casi paralelos a la vía, vamos ascendiendo entre los baldíos retomados por la jara y el enebro, entre los recuerdos olvidados de los viejos trenes de carbón hasta alzarnos en La Paradilla.

Comienza aquí una breve bajada, casi vertiginosa hasta el cauce casi extinto del arroyo, para subir solana arriba, por un suelo dorado de moscovita hasta los casillos de La Hoya. Ahora de nuevo tomamos carreta arriba hasta la afamada venta de La Cereda, hospedería de zarzas y ortigas, venida a menos mucho tiempo atrás, pero que guarda románticos recuerdos entre sus paredones caídos.

Tomillar arriba, bordeando la cabeza del Cerro Cabezuelo subimos hasta las eras de Robledondo, que quedan allí abajo, en la otra ladera. Pues allí, descendemos por la pista hasta reencontrar de nuevo la carretera y cruzar Robledondo por su barrio ribereño y regresar de nuevo a está, entre la sombra de los robles melojos y el jaral descarnado de la solana.

Pararemos junto al Aceña a comer, para continuar de nuevo ascendiendo por la calleja, donde huele a heno y sauces y fresnos refrescan a trechos el camino, por bajo de la carretera, por un paso de ganado, cruzamos al otro lado para subir por la Alameda, hasta la Propia Santa María que da nombre, y nos descansamos en su plaza a un lado la iglesia al otro la casa consistorial y a la espalda la rectoral.

Paso firme y hasta casa, buen día, buena caminata.

Flor de hiniesta

Estación de Ferrocarril, La Estación

Camino entre pinos y encinas

Potro de herrar, Robledondo

Enebro de la Miera
(Juniperus oxycedrus)

Vivienda típica serrana, Robledondo

domingo, 1 de julio de 2012

La primavera entra a trompicones

Comarca de Santa María de la Alameda
Primeras semanas de junio















Flor de la jara(Citus ladanifer)

En las montañas, la primavera se hace de rogar, pero cuando a primeros de junio llama a la puerta, entra a trompicones llenándolo todo de aromas y colores en apenas unas semanas, un espectáculo efímero que durará solo hasta que el sol se afiance en lo alto y comience a agostar los collados y laderones, dejando escasos reductos a su influencia en las vaguadas más frescas o las umbrías más húmedas, pero sin duda es la ÉPOCA, con mayúsculas, para disfrutar de la sierra. Le faltan horas al día o días a esta breve primavera para disfrutarla entera, para pasear con nuestros amigos del Club de Senderismo de Santa María de la Alameda por las praderas herbosas, salpicadas de rodales de robles melojos de La Lastra, y con suerte descubrir el vuelo majestuoso del águila real. O improvisar una romántica cena a la luz de la luna en la misma cumbre del monte San Benito.

Amanecer, viendo como la luz se derrama poco a poco por los valles, cubriendo encinas y enebros y extendiendo sus tentáculos entre las copas oscuras de los pinos. Sorprender en nuestro caminar entre el aroma de mejoranas, cantuesos y jaras el trote simpático del conejo o a la joven lagartija colilarga, que tras su muda, parece, extraño alienígena entre la pinocha parda. Y el azulado guardián, el rabilargo, apenas vernos, dará la buena nueva, a todos los esquivos habitantes que compartes estos pagos.

Pasear por las orillas cantarinas de los ríos y arroyos, con el canto de las oropéndolas y los ruiseñores, mientras las truchas dibujan trazos imposibles en el agua o pasear por los laderones cuajados de flores blancas y el profundo olor de la jara y el cantueso que enerva los sentimientos más camperos.

Sestear a la sombra balsámica de los pinos y contemplar las azufradas ventiscas de su polen, que cubren de dorado sedimento, el verde renacido del pasto, mientras nerviosos los herrerillos, los pinzones o los carboneros corretean por sus copas.

Si se es cauteloso, quizás descubramos en el prado, a la corza con su corcino recién nacido, que se esconde bajo la sombra florecida del majuelo.

Y al anochecer, cuando el sol ha cedido un poco, pasear entre la paramera tornada en amarillos, entre el vuelo nervioso de las ultimas totovías y collalbas grises, para contemplar el sorprendente espectáculo del ocaso, de malvas y naranjas difuminados, cortados por el vuelo impertérrito del abanto. Y poco a poco se volverán los naranjas azules y los morados tendrán la negrura del azabache, y entre el azabache brillarán, poco a poco los luceros de la noche y el aroma de los piornos, nos acompañará de vuelta por el camino, que compartimos con el zorro.

La banda sonora de nuestros pasos la pondrán los grillos y a lo lejos, en el bosquete el cárabo.


Flor de retama negra
(Cytisus scoparius)

Lagartija serrana (Lacerta monticola)




Macaón (Papilio machaon)
 
 

Azulejos (Centaurea triumfetti subsp. lingulata)

Ortiguera (Aglais urticae)
Compañón (Orchis morio)

Majadal

Pinar albar

Ganaderia Extensiva