lunes, 11 de marzo de 2013

Din, don, la primavera

Formación de Grullas
Decir que llega la primavera, cuando estamos inmersos en un temporal de nieve y frío que ha barrido la península de cabo a rabo, quizás parece mentira. Pese a que nuestra percepción de gorro y manoplas nos invite al recogimiento, estas horas de luz que poco a poco alargan los días, han despertado a la madre Gaia.

En las riberas de nuestros arroyos, amarillean ya las flores de los sauces, y en el cercano melojar, abren con fuerza sus flores las primeras campanillas y azafranes serranos, aprovechando que la ausencia de hojas permite que la luz inunde el suelo.

En los grandes pinos, en lo más oculto de la sierra, un pequeño huevo de águila real se está incubando, mientras la ventisca, sacude los últimos cristales de hielo.


Floración de los ciruelos de Pissard
 Cuando entre temporal y temporal, aparece un retal de cielo azul, rápidamente es surcado por esbeltas formaciones de grullas, ánsares o torcaces, que retornan a sus cuarteles del norte, tras haber pasado los fríos días del invierno en las dehesas extremeñas y andaluzas.

Pero para aquellos de nuestros naturalistas urbanitas, la primavera también se está acercando al asfalto. En algún jardín recóndito, en un ángulo de nuestro parque, nos sobrecoge la espectacular floración de los almendros, los ciruelos de Pissard o de las mimosas, que llenan de color, un escenario gris. Son algunas, floraciones efímeras, de apenas unos días, pero que cubren de pétalos rosas, las aceras.


Floración de los almendros
 Los afanosos mirlos, enloquecidos por las luces eléctricas, entonan sus cantos de amor a horas intempestivas y corretean por las aceras y los setos, elaborando ya su primer nido de la temporada.

Otro foráneo escandaloso, anda también de reformas en su gigantesco nido, la cotorra argentina. Vive en comunas de varias familias en fortificadas edificaciones; una gran bola de ramas, que establece en algún árbol de gran porte, sintiendo predilección por los cedros.

En la campiña, los efluvios amorosos inundan los brotes crecidos del cereal, y junto al ribazo que deja el arado, entona sus cantos de amor, el macho de la perdiz. O en el amanecer brumoso de las mañanas, un par de libres corren alocadas entre los surcos reverdecidos, golpeándose con las patas, cual si de boxeadores se tratara, son las liebres locas de marzo.

-Un momento, me parece que me están llamando.

-Ding, dong, la primavera.

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