martes, 30 de septiembre de 2014

La Berrea en la Dehesa

Macho en plena berrea


El cielo comienza a tomar tonos plomizos, desterrando a los violáceos recuerdos que dejó la noche sobre el encinar, todavía velado por las nieblas, que se aferran como los recuerdos, en la profundidad de los valles. Ahora la temperatura ha descendido a mínimos y el aliento se muestra ante los ojos como una exhalación de vida densa y pesada.
El silencio, el olor a tierra húmeda, el rocío de la mañana... se estremecen cuando el señor de la dehesa, rompe de nuevo el viento con su profundo canto. Estamos en berrera. Alzan el vuelo los bandos de torcaces y la piara de la vieja cochina recoge su camada rumbo a la negrura del jaral.
Nervioso, notablemente desmejorado, con la testuz a media altura, reúne ansioso a su harem de hembras despreocupadas, afeado por la maneras, pues abundan los mordiscos y empellones, mientras sigue clamando al cielo su masculinidad, barritando la presencia del peligro.
En lo profundo del bosque, comienza a mecerse lentamente una percha, una gran cornamenta que se hace visible antes de emerger, heroico, erguido, el gran ciervo. Su simple estampa es sobrecogedora, altiva, regia. Con su vientre oscuro, oloroso, se acerca al claro, mientras que el viejo señor, hace sus últimos esfuerzos para levantar su cabeza y exclamar con un berrido...desgallitado, afónico. La temblazón de sus piernas pugna por sostenerlo.
El nuevo macho se acerca al medio del claro y alzando la garganta al alba, rompe de nuevo la calma. El berrido es profundo, prolongado, altivo... es el reclamo del nuevo rey por su corona. El viejo, se niega a abdicar, se aferra sobre sus cuatro patas, dispuesto a la pelea.
El joven aspirante, le rodea, le huele, le observa... pasea con paso firme midiéndose desde la distancia y cuando le tiene a penas unos metros, le berrea en su misma cara.
Por un momento, el tiempo se detiene en la campiña y se quiebra en fugaz tumulto, patas que rompen el suelo, bramidos, aliento perdido, golpes, astas que golpean, se entremezclan, polvo... y de pronto, silencio. Ambos jadean, prólogo de la siguiente embestida. Sus cuellos se tensan, su cuernas se abrazan y su furia brama. El viejo macho pierde los pies y rueda por el suelo, se cubre de tierra y le cuesta trabajo levantarse, se habría quedado allí, tendido, si el nuevo rey, el joven ciervo, no le hubiese alzado de una certera cornada.
Renqueando, con una cojera visible, parte cabizbajo el viejo señor de la dehesa, mientras, es perseguido hasta las puertas del ring por el nuevo aspirante que arrogante, se emplaza en el medio de la pradera y grita a los cuatro vientos quién es el nuevo señor de la dehesa.
En el destierro de tomillos y cantuesos, olvidado de las glorias entre el áspero jaral, el viejo venado verá llegar poco a poco a las Parcas, la herida es fea, las fuerzas escasas y su orgullo ultrajado.
No tardará mucho, quizás un par de días, en invitar al festín a los grandes viajeros del cielo, al sobrio buitre negro, él de cabeza azulada o a la tropa de generales de cuellos orlados que en un santiamén, dejarán en el jaral apenas, el blanquear de unos huesos y una corona mellada, de aquel rey destronado que ataño, gobernara en la dehesa.
Hembra con la gabata del mes de junio, pues luce todavía las manchas características.
Macho de gamo, con frecuencia se adelanta la ronca de estos cérvidos solapándose con la berrera.
Esta hembra acompañada de su cría del mes de abril o mayo, pues ya ha perdido su típicas pintas.


Macho que luce su espléndida cuerna para rivalizar por los favores de su harem.


La hembras son menos corpulentas que los machos y mochas, también llamados orejonas por los monteros por sus grandes pabellones auditivos que destacan con respecto al tamaño de su cabeza.