miércoles, 2 de julio de 2014

NOCHES DE VERANO



Desde el principio de los tiempos la oscuridad ha producido al ser humano una sensación de desasosiego, de misterio, dónde los sonidos crecen al albor de la imaginación, desvelando nuestros propios miedos y anhelos. El mundo de la noche con sus curiosos habitantes se nos oculta al temor de una realidad, a la  que nos negamos a abrir los ojos. Pero no es menos cierto, que al caer la noche, el bosque se llena de nuevo de vida, y unos actores sustituyen en sus papeles a otros dispuestos a representar una función ignota.
La oportunidad que nos da nuestro astro la Luna, cuando estas tibias noches veraniegas, baña con su luz las florestas, es una ventana sin igual para asomarnos al mundo de la noche y de sus moradores. La última hora tras el ocaso viste de colores imposibles el horizonte, mientras poco a poco comienzan a surgir los primeros luceros que tachonan el cielo.
La actividad de muchos animales comienza ahora su frenético divagar, lejos de la mirada del ser humano. No todos los animales que tiene hábitos nocturnos podríamos decir que lo son, muchos de ellos, habitúan a ser más diurnos en lugares donde la presión humana es menor, pero aquí lo hacen bajo el cobijo de la sombras, para protegerse de la ira de los hombres. Animales como el lobo, en nuestra península, apenas si aúlla y su actividad es mayoritariamente nocturna, mientras que en Alaska, son más ruidosos y sus andanzas son muy a menudo diurnas.
Otros sin embargo, son especialistas de estas noches. Llegados desde África pasan la noche cosechando insectos y mosquitos, algunos tan extraños como los chotacabras,  que cantan sus romances con estrofas que jamás atribuiríamos a un pájaro y sí, quizás, a un semáforo. Otros residentes, aprovechan igualmente estas veladas perfectamente adaptados a la oscuridad, los murciélagos, captan a sus presas por ultrasonidos que son capaces de percibir de mil y una maneras, dando lugar a una diversidad de tamaños y formas asombrosas.
Si hay un señor de la noche ese es, el Gran Duque, el Búho Real y sus lugartenientes: mochuelos, cárabos, lechuzas… que pueblan nuestros bosques, caseríos y ciudades en busca de roedores e insectos. Su sigilosa presencia pasa desapercibida, salvo por el monótono y repetitivo kiá del autillo que sale de los sotos y parques.
Nocturnos cazadores tienen ahora la oportunidad de recorrer sus pagos, la garduña o la gineta aprovechan el descuido de muchas aves que dormitan ahora en ramas bajas, para encaramarse y dar buena cuenta de ellas o de sus nidos, sin despreciar la oportunidad de algún ratón de campo o entrar por la portezuela de un gallinero. Menos sigilosos es el guerrero del antifaz, el tejón que se muestra ruidoso y confiado rebuscando entre la hojarasca sus preciadas lombrices o saboreando con fruición los sabrosos frutos estivales, sabedor del temor que su fiereza despierta sobre el resto de los habitantes del bosque.
Fiereza es un apelativo no siempre bien empleado con este otro personaje, el jabalí, demonizado por generaciones de monteros y que durante las largas noches, recorre los campos a trote cochinero, en busca de raíces, tubérculos y pequeños mamíferos que echarse a su boca. La ausencia de grandes depredadores, hacen que el control de su población en muchas regiones deba hacerse de manera urgente, pues buscan alimento en granjas y cultivos, causando graves daños a las comunidades.
Una miríada de insectos abandona durante estas horas su cobijo, bajo la hojarasca y troncos caídos del bosque. La araña Lobo aprovecha la oportunidad para salir de su madriguera y campear en busca de alimento. Otro que se alimenta durante estas noches cálidas es nuestro escorpión ibérico, el alacrán, pariente de nuestras arañas que pasa los soleados días veraniegos, al cobijo de piedras y troncos.
Algunos oficios aprovechan el suave descenso de las temperaturas para mantenerse activos, cuando un ejército de roedores: musarañas, topillos, lirones, ratones… aprovechan para auscultar hasta el mínimo rincón del campo. Esta es la víbora hocicuda, que espera pacientemente el paso de uno de estos incautos para asaltarle con su mortal picadura que hará efecto pocos segundos después. Pacientemente dislocara su mandíbula para ingerir su presa. Con la tripa llena, pasará varios días a refugio, hasta que vuelva a tener hambre.
Caminar bajo la Luna es un placer desconocido, que reporta múltiples sorpresas. Sensaciones como recorrer los espaciosos pinares de la sierra teñidos de plata, observar como las largas sombras azules tiñen de malva el robledal o las estrellas palpitar en una bóveda inmensa, nos trasladan al origen de los tiempos, en el que él ser humano, todavía estaba en comunión con el lugar que le vio nacer.