miércoles, 29 de julio de 2015

viernes, 13 de marzo de 2015

La Lastra, el pueblo maldito



Nacho Ares durante la grabación del programa
Los jóvenes, seguían a duras penas los pasos largos del pastor que les hacía las veces de guía, trepando por la empinada trocha que se acercaba a la aldea. Se pararon junto a una fuente de aguas cárdenas, casi metálicas en las que se desdibujaba la silueta de los viejos álamos negros que la custodiaban. Corría el año de 1903 y uno de esos jovencillos era Constancio Benaldo de Quirós, que todavía lo desconocía, pero estaba a punto de descubrir La Lastra. Cómo describiría después, “era una aldea en ruinas, abandonada en la entraña de la Sierra de Malagón, tan sólo habitada por unas viejas, viejas horribles, que se congregaban bajo los sórdidos umbrales; un lugar ingrato abandonado por sus moradores y en el que hubieran anidado una legión de malas hechiceras.”
Hoy, en los primeros compases del siglo XXI, parece mentira que a escasos kilómetros de la capital, todavía queden intactos lugares para el misterio. Lugares telúricos donde las historias se agolpan a los largo del espacio tiempo en apenas unos centenares de metros cuadrados, y La Lastra es uno de ellos. Aventurarse por los paredones arrumbados, sucumbidos al peso de la vida y la naturaleza que pugna por borrarlos del mapa, se convierte en una especie de puerta en el tiempo y en el alma.
La ruinas de La Lastra

Mujeres lobo, brujas, persecuciones, espectros o la trágica huella de una guerra fratricida, marcaron sus muros, con una marca indeleble que lo impregna todo, pasear entre sus ruinas es pasearse entre las ruinas del subconsciente colectivo, de los temores ancestrales y del mito y el rito más ligados que nunca, a la tierra.

Fruto de ese parto entre Gea y el hombre es la mujer, objeto mágico capaz de engendrar la vida, fuente de veneración desde la noche de los tiempos a la que se le otorgo el conocimiento, la Gran Madre,  en la que se depositaron las facultades para servir de nexo entre este y el otro mundo, capaces de aliviar el dolor, la enfermedad o de castigar con los males más terribles. La deformidad se cebó en algunas de estas mujeres, otras, emitían una belleza cautivadora, magnética, que llevó a la perdición de muchos.

Perseguidas, incomprendidas, sufrieron en sus carnes la irá de los temerosos, de la envidia, de los inferiores, de los dolientes, de los poderosos, de los hombres…

La Lastra permanece perdida en el corazón de la sierra, como testigo de un mundo único, cargado de símbolos, de fuerza y de vida, oculto por las nieblas de la superstición, las envidias y los juegos de poder.

 

 



En compañía del equipo de grabación de Cuarto Milenio